El amor post mortem es posible (y es gratis)
Del por qué debemos de considerar a El fantasmocopio una de las mejores novelas cortas peruanas y, de paso, creer en el más allá y reír en el más acá.
Sacando provecho al tráfico limeño en hora punta, me bajo del bus y me formulo una serie de preguntas frente a las novedades de una librería típica limeña.
¿Por qué el humor está ausente de las novelas que ojeamos/compramos/leemos en las librerías limeñas? (Quería escribir “librerías peruanas”, pero casi no hay librerías en ese conjunto de ciudades y pueblos denominados “el resto del país”. Disculpen la tristeza).
1) Tal vez se deba a nuestra herencia colonial. Colonia: tiempo en que los gestos adustos eran celebrados por el mundillo oficial, aunque, por lo bajo, en el universo de las tapadas limeñas, nadie lo respetara. Y en la era republicana se siguió ese estribillo, de ahí que los escritos de “El Murciélago” sacaran roncha a los gobernantes de turno y a su séquito.
2) Entre los escribas nacionales parece que la seriedad es un rédito. Que se tomará más en serio al autor realista y pontifical. A muchos, por estas razones, y no por el escándalo de los textos de opinión copiados, no les cae Alfredo Bryce Echenique: ABE hace del humor melancólico un arte mayor; y se toma tremendos tanganazos mientras escribe, para mayor escándalo de sus lectores, abstemios, claro está.
Segunda pregunta, ¿por qué un militar debe de escribir con la rigidez de un soldado cumpliendo un castigo calato en Ticlio? Esto tiene relación directa con los soporíferos discursos que se escucha en cuanta ceremonia oficial castrense se transmite por televisión (y los pobres hombres engalonados creen que gritando mejoran su discurso, sintaxis y estilo).
Se comprende que es parte de la cultura militar el expresarse como ventrílocuos, con la rigidez marcial como entrada a un universo prohibido para civiles. Segundamente, tenemos el modelo típico del militar sudaca: un profesional de las armas que parece nunca haber leído por placer un libro, solo memorandos y manuales de armamentística y, claro, que odia cualquier expresión artística, como si eso lo convirtiera ipso facto en marica.
(Pausa publicitaria: tome gaseosas Lulú)
Portada de El fantasmocopio. Foto: mamutquelevita.com
Carlos Enrique Freyre (Lima, 1974) es oficial del Ejército Peruano, algo que, de solo mencionarlo, y sin que hayan leído una línea de lo que escribe, hará aflorar anticuerpos al selecto grupo de peruanos lectores para quienes –nos ponemos del otro lado del espejo de la sociedad limeña- es inimaginable que un escritor o artista sea también militar. Y, para colmo, escriba bien. Jodidamente bien.
Freyre es narrador con oficio. Novelista y guionista, a más señas. De las cuatro novelas que ha publicado, me interesa El fantasmocopio, publicada en el 2010 y –rarísimo en el mercado editorial peruano, donde las ediciones no pasan de 500 ejemplares y se devuelven más de la mitad para alegría de las polillas- reeditada el año pasado. La novela está tan bien escrita que te obliga a leerla de un solo tirón.
Aquí el argumento: En una casucha de Villa El Salvador, Teófilo Bernabé ha creado el invento más importante que la Humanidad ha conocido, después de la rueda, los impuestos y las redes sociales: el comunicarse con los muertos y verlos face to face a través de un aparato de televisión.
La primera en comunicarlo al mundo, y vía microondas desde la desértica Lima Sur, será la famosa reportera de televisión Marité Estela, que se quedará boquiabierta tras comunicarse con su prima, fallecida hace varios años, Gianina Robinson, quien le habla desde el otro lado de la vida, gracias a un enorme aparato cuyo apéndice es una pantalla de TV, desde donde vivos y muertos se ven y dialogan, como quien se toma un café en Starbucks y charla por wasap con la gentita.
La humanidad entera hará cola, desde millonarios hasta ilustres personajes de bolsillos vacíos, para poder pararse frente a frente al fantasmocopio y comunicarse con sus seres queridos. Nadie comprenderá en este mundo del capitalismo salvaje que el único motor que mueve al modesto inventor puneño ha sido el amor ("All you need is love", cantaba Lennon). No le interesa ni la fama ni el dinero ni la ciudadanía que le regalan todos los países del primer mundo. Ahí a grandes rasgos El fantasmocopio.
En la novela en ciernes, Freyre hace una defensa a los nerds-tercermundistas-provincianos-andinos-misios. Me explico: a Teófilo no lo quería ni su madre cuando lo alumbra con el número diez de su descendencia en un pueblo altiplánico.
Cuando Teófilo cumple los 12 años, y su capacidad consagrada para curiosear los mecanismos de cada objeto le trae problemas con sus paisanos, la madre decide enviarlo con su hermano Clemente, que se desempeñaba como “el primer jardinero” de una familia muy importante de Lima. Teófilo se pierde fácilmente en el archipiélago de la servidumbre que tenía la mansión: “Los señores Robinson eran unos dioses perfumados y blancos, y sus hijos dorados eran el vivo reflejo de ellos” (Pág. 31).
El protagonista es negado de afecto desde el vientre materno, pero su ternura y su capacidad para reparar juguetes y hacerlos caminar, hablar, etcétera, le ganará la simpatía de la niña Gianina Robinson, con salud frágil. Luego logrará una admiradora impensable.
Freyre avanza con su narración, dando detalles sobre los orígenes de sus personajes, mientras Teófilo se mantiene ajeno al gran significado de su invento para los terrícolas; continúa dándole vueltas a las tuercas de su inventiva. Es un creador que, desde los extramuros del tercer mundo, ha cambiado el sentido de la vida y la muerte.
El narrador saca la vuelta a los espacios tradicionales donde se hace ciencia. Tampoco es ciencia pura, sino ciencia-magia, digamos, eh ahí su carga de narrativa fantástica, para regocijo de Daniel Salvo, Elton Honores, Giancarlo Stagnaro, José Donayre y otros. Más Freyre saca la vuelta a los cánones y antepone lo sentimental en cada objeto intervenido, tal vez sitiéndose menos solo en ese universo de creaciones anticristianas pero dulces.
Y claro, el mundo patas arriba será mejor siempre con humor. En El fantasmocopio vemos también desfilar las taras de nuestra sociedad tomando como centro neurálgico un pueblo joven en “aquel distrito descomunal surgido de la nada” (Pág. 13).
La coprotagonista es una periodista, lo que sirve al autor para mofarse de la producción y el lenguaje periodístico, amén de sus "investigaciones". Se dan detalles sobre Teófilo y "Cristo Moreno", el otro personaje clave en esta novela. El desaparecido Genaro Delgado Parker parece ser inspiración del broadcaster del canal donde Marité trabaja, y más de un productor con picores en el calzoncillo, encaja en los arquetipos del productor televisivo.
Freyre pudo haber terminado El fantasmocopio en un despelote global, caótico, como el viento ciclónico que se levanta Macondo en Cien años de soledad, pero prefiere dejar al lector en un territorio seguro.
Puede ser su última broma; una broma infinita de la humanidad.
Es, sin duda, una de las mejores cortas escritas en lo que va del siglo XXI en el Perú.
Léala.
Puntuación:
4.5 de 5
Ficha técnica:
Freyre, Carlos Enrique. El fantasmocopio (Lima, Editorial Planeta Perú, 2018). Páginas: 129.
Sacando provecho al tráfico limeño en hora punta, me bajo del bus y me formulo una serie de preguntas frente a las novedades de una librería típica limeña.
¿Por qué el humor está ausente de las novelas que ojeamos/compramos/leemos en las librerías limeñas? (Quería escribir “librerías peruanas”, pero casi no hay librerías en ese conjunto de ciudades y pueblos denominados “el resto del país”. Disculpen la tristeza).
1) Tal vez se deba a nuestra herencia colonial. Colonia: tiempo en que los gestos adustos eran celebrados por el mundillo oficial, aunque, por lo bajo, en el universo de las tapadas limeñas, nadie lo respetara. Y en la era republicana se siguió ese estribillo, de ahí que los escritos de “El Murciélago” sacaran roncha a los gobernantes de turno y a su séquito.
2) Entre los escribas nacionales parece que la seriedad es un rédito. Que se tomará más en serio al autor realista y pontifical. A muchos, por estas razones, y no por el escándalo de los textos de opinión copiados, no les cae Alfredo Bryce Echenique: ABE hace del humor melancólico un arte mayor; y se toma tremendos tanganazos mientras escribe, para mayor escándalo de sus lectores, abstemios, claro está.
Segunda pregunta, ¿por qué un militar debe de escribir con la rigidez de un soldado cumpliendo un castigo calato en Ticlio? Esto tiene relación directa con los soporíferos discursos que se escucha en cuanta ceremonia oficial castrense se transmite por televisión (y los pobres hombres engalonados creen que gritando mejoran su discurso, sintaxis y estilo).
Se comprende que es parte de la cultura militar el expresarse como ventrílocuos, con la rigidez marcial como entrada a un universo prohibido para civiles. Segundamente, tenemos el modelo típico del militar sudaca: un profesional de las armas que parece nunca haber leído por placer un libro, solo memorandos y manuales de armamentística y, claro, que odia cualquier expresión artística, como si eso lo convirtiera ipso facto en marica.
(Pausa publicitaria: tome gaseosas Lulú)
Portada de El fantasmocopio. Foto: mamutquelevita.com
Freyre es narrador con oficio. Novelista y guionista, a más señas. De las cuatro novelas que ha publicado, me interesa El fantasmocopio, publicada en el 2010 y –rarísimo en el mercado editorial peruano, donde las ediciones no pasan de 500 ejemplares y se devuelven más de la mitad para alegría de las polillas- reeditada el año pasado. La novela está tan bien escrita que te obliga a leerla de un solo tirón.
Aquí el argumento: En una casucha de Villa El Salvador, Teófilo Bernabé ha creado el invento más importante que la Humanidad ha conocido, después de la rueda, los impuestos y las redes sociales: el comunicarse con los muertos y verlos face to face a través de un aparato de televisión.
La primera en comunicarlo al mundo, y vía microondas desde la desértica Lima Sur, será la famosa reportera de televisión Marité Estela, que se quedará boquiabierta tras comunicarse con su prima, fallecida hace varios años, Gianina Robinson, quien le habla desde el otro lado de la vida, gracias a un enorme aparato cuyo apéndice es una pantalla de TV, desde donde vivos y muertos se ven y dialogan, como quien se toma un café en Starbucks y charla por wasap con la gentita.
La humanidad entera hará cola, desde millonarios hasta ilustres personajes de bolsillos vacíos, para poder pararse frente a frente al fantasmocopio y comunicarse con sus seres queridos. Nadie comprenderá en este mundo del capitalismo salvaje que el único motor que mueve al modesto inventor puneño ha sido el amor ("All you need is love", cantaba Lennon). No le interesa ni la fama ni el dinero ni la ciudadanía que le regalan todos los países del primer mundo. Ahí a grandes rasgos El fantasmocopio.
En la novela en ciernes, Freyre hace una defensa a los nerds-tercermundistas-provincianos-andinos-misios. Me explico: a Teófilo no lo quería ni su madre cuando lo alumbra con el número diez de su descendencia en un pueblo altiplánico.
Cuando Teófilo cumple los 12 años, y su capacidad consagrada para curiosear los mecanismos de cada objeto le trae problemas con sus paisanos, la madre decide enviarlo con su hermano Clemente, que se desempeñaba como “el primer jardinero” de una familia muy importante de Lima. Teófilo se pierde fácilmente en el archipiélago de la servidumbre que tenía la mansión: “Los señores Robinson eran unos dioses perfumados y blancos, y sus hijos dorados eran el vivo reflejo de ellos” (Pág. 31).
El protagonista es negado de afecto desde el vientre materno, pero su ternura y su capacidad para reparar juguetes y hacerlos caminar, hablar, etcétera, le ganará la simpatía de la niña Gianina Robinson, con salud frágil. Luego logrará una admiradora impensable.
Freyre avanza con su narración, dando detalles sobre los orígenes de sus personajes, mientras Teófilo se mantiene ajeno al gran significado de su invento para los terrícolas; continúa dándole vueltas a las tuercas de su inventiva. Es un creador que, desde los extramuros del tercer mundo, ha cambiado el sentido de la vida y la muerte.
El narrador saca la vuelta a los espacios tradicionales donde se hace ciencia. Tampoco es ciencia pura, sino ciencia-magia, digamos, eh ahí su carga de narrativa fantástica, para regocijo de Daniel Salvo, Elton Honores, Giancarlo Stagnaro, José Donayre y otros. Más Freyre saca la vuelta a los cánones y antepone lo sentimental en cada objeto intervenido, tal vez sitiéndose menos solo en ese universo de creaciones anticristianas pero dulces.
Y claro, el mundo patas arriba será mejor siempre con humor. En El fantasmocopio vemos también desfilar las taras de nuestra sociedad tomando como centro neurálgico un pueblo joven en “aquel distrito descomunal surgido de la nada” (Pág. 13).
La coprotagonista es una periodista, lo que sirve al autor para mofarse de la producción y el lenguaje periodístico, amén de sus "investigaciones". Se dan detalles sobre Teófilo y "Cristo Moreno", el otro personaje clave en esta novela. El desaparecido Genaro Delgado Parker parece ser inspiración del broadcaster del canal donde Marité trabaja, y más de un productor con picores en el calzoncillo, encaja en los arquetipos del productor televisivo.
Freyre pudo haber terminado El fantasmocopio en un despelote global, caótico, como el viento ciclónico que se levanta Macondo en Cien años de soledad, pero prefiere dejar al lector en un territorio seguro.
Puede ser su última broma; una broma infinita de la humanidad.
Es, sin duda, una de las mejores cortas escritas en lo que va del siglo XXI en el Perú.
Léala.
mamutquelevita.com
Puntuación:
4.5 de 5
Ficha técnica:
Freyre, Carlos Enrique. El fantasmocopio (Lima, Editorial Planeta Perú, 2018). Páginas: 129.