ABE: Entre las digresiones y las canciones, existe la antimemoria
A
propósito de la despedida literaria de Alfredo Bryce Echenique, una mirada con
caleidoscopio y soundtrack de bolero y cante flamenco, a su triada de
antimemorias.
Parece
que con los años, la memoria o la antimemoria, al destejerse, ocupa menos
espacio. Se hace menos prolija. Se sintetiza.
La
antimemoria es el género literario que Alfredo Bryce Echenique, ABE, ha
escogido para decirle adiós a más de 40 años de escribidor; para desatar los
últimos cabos y empezar a navegar sin bagajes, sin la costumbre bendita de
escribir y su hermana tortuosa llamada edición.
En
el universo de la Literatura Hispanoamericana, desde Un mundo para Julius(1970), ABE es “el autor” del registro entrañable. Y ahora, decíamos, literaria
y literalmente, deja la narrativa como quien se divorcia de un amor prolongado.
Y con gesto de caballero solicita Permiso para retirarme (Lima, Peisa,2019).
Huellas
de la antimemoria
Tengo
buenos recuerdos de mi primera experiencia con la “antimemoria” bryciana o
“briceña”, como leí por ahí. En 1993, ABE presentó Permiso para vivir.
Antimemorias, un total de 460 páginas donde se sucedían 72 textos divididos
en dos secciones.
La
pregunta que corrió entre los lectores, y que los periodistas culturosos hicieron entonces eco, fue: ¿por qué un escritor a sus 54 años, en la cresta de la ola de su
madurez literaria empezaba a escribir sus (anti)memorias, cuando se tiene la
idea que ese género es más cercano a quien está cercano a la muerte?
Bryce escribía antimemorias inspirado en André Malraux, solo llevado adelante “por los ardorosos desfiladeros de la emoción y de la reconstrucción”. Entonces a uno solo le quedaba disfrutar de esos textos que nos daban ciertas brújulas interiores de la ficción bryciana, que no resulta tan ficcional, mirándola con ojos del antimemorismo.
Bryce escribía antimemorias inspirado en André Malraux, solo llevado adelante “por los ardorosos desfiladeros de la emoción y de la reconstrucción”. Entonces a uno solo le quedaba disfrutar de esos textos que nos daban ciertas brújulas interiores de la ficción bryciana, que no resulta tan ficcional, mirándola con ojos del antimemorismo.
Con
permiso, los epígrafes
La
primera entrega, Permiso para vivir, traía un epígrafe de Konstantino
Kavafis, que terminaba así:
Nada
me retuvo. Me liberé y fui.
Hacia
placeres que estaban
tanto
en la realidad como en mi ser,
a
través de la noche iluminada.
Y
bebí un vino fuerte, como
sólo
los audaces beben el placer.
Ahí
moraba, creo yo, el concepto de lo que venía con el conjunto de textos unidos
por la antimemoria.
Los
textos de la segunda parte de Permiso para vivir están dedicados a Cuba
(“Cuba a mi manera”), un pretexto para hablar de Hemingway (un rayo fulgurante
siempre presente en la narrativa y el antimemorismo de ABE, no por menos
incluye los cuentos completos del norteamericano entre sus diez libros
favoritos), de Woody Allen, de los congresos de escritores, de Fidel, de Gabo y
la mítica Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
En
la década siguiente, ABE se dio un respiro, entre novela y novela, entre clases
y clases en universidades francesas, y continuó trabajando más textos donde
sacaba lustre a su capacidad evocadora y de narrador con marcada oralidad ‒ese
efecto de sentir que sus textos transcurren como una charla amical en una
bistró‒. Llegó en 2005 su Permiso para sentir. Antimemorias 2. El
volumen antimemorioso contaba con 53 textos en prolijas 628 páginas. ¡Era
inclusive prolijo en los epígrafes! Virginia Woolf, Montaigne, Borges, Calvino,
Pentadius, Perec y Rousseau, verbigracia, y un agradecimiento-cita a Umberto
Eco.
Permisividad
de la (anti)memoria
Y
ahora anuncia que todo tiene su final, con la entrega Permiso para
retirarme. Antimemorias 3.
El
nuevo volumen comparte con Permiso para vivir los textos más cortos.
Tanto Permiso para vivir y Permiso para sentir empiezan con un
capítulo largo dedicado a las digresiones, “Por orden de azar”. En Permiso
para retirarme parece que hay una premisa, un apuro, ya que siendo el más
breve de la trilogía de la antimemoria, cuenta con más capítulos (cinco en
total). Aunque mantiene la esencia bryciana, la brevedad de los textos,
considero, se deben a la otra forma de escritura que utilizó ABE para este, su
último libro: Bryce, que tiene ya a sus 80 estrenados años las manos temblecas,
optó dictar el libro a una señora y así evitar la tortura china de sentarse
frente a una pantalla en blanco.
Decíamos
que el de las antimemorias son el reino de las digresiones; género literario
para celebrar la vida, en medio del camino de la verificable y lo no. Y en la
escritura de ABE, es un artefacto entrañable por sus cuatro costados.
Hay
muchos temas que resultan circulares en la triada de libros, que vuelven a la
carga en Permiso para retirarme, como el eco entre las montañas.
El
volumen carece de epígrafe. Se las arregla con un prólogo donde se luce la
décima: vuelve la que le dedicó Nicomedes Santa Cruz (y figura también en las
primeras páginas de Permiso para vivir). También tenemos el que le
dedicó el cantautor español Joaquín Sabina. Y habla de Malraux también, para
dar la última puntada con aguja o para explicarse a los nuevos lectores sobre
este ejercicio antimemorístico. Cuenta ABE: “Creo como André Malraux, que el
psicoanálisis va más allá al interpretar los recuerdos que somos capaces de
evocar y que, por ello, hoy solo se puede escribir antimemorias. Finalmente
diré que estos textos son también la expresión del gusto por contar historias,
que mantengo intacto desde los veintiocho años, cuando inicié mi carrera como
escritor”.
Bryce
cierra el círculo, mirándose al ombligo: vuelven París, Cuba, España, Perú, los
viajes con el papá (un gerente de banco que primero fue marino hasta los 40
años) por la Sierra Central, algunos amigos, los de siempre, los amigos. ¿Uno
tiene derecho de criticar la antimemoria? Lo único que se criticaría es si
fuera aburrida, pero no es el caso. Será una delicia para quienes han seguido
el largo camino de Bryce y sus personajes, que no son sino una amplificación de
su propia personalidad.
Si
hablamos de las obsesiones recurrentes en los tres volúmenes, la primera es la
oda a la amistad (de los narradores, Julio Ramón Ribeyro es omnipresente en los
volúmenes); en segundo lugar lo ocupa la evocación de sus parejas y la familia;
un tercer momento lo ocupa su lucha contra la depresión, sus terapias, sus
difíciles medicaciones con Anafril, con Antabus, su relación con el psiquiatra
de Salvador Dalí, Ramón Vidal Teixidor; un cuarto momento son las referencias a
su encuentro con los políticos peruanos (Alan García, Juan Velasco Alvarado, su
abuelo Echenique, Alfonso Barrantes, Manuel A. Odría). Finalmente las ciudades
y pueblos como escenarios de la infancia (Lima, San Isidro, Chosica, La Punta
‒desde donde ha pedido que tiren sus cenizas‒), su vocación taurina, la lavanda
Yardley, sus cuñados (el “gran tarambana” del periodista Paco Igartua). Y no
faltan los libros, los autores, Casanova, .
Aparte
de la entreñabilidad, otra relación que aparece constante en los tres volúmenes
es la presencia de la poesía y la música. En Permiso para retirarme la
música popular está presente con Daniel Santos, las coplas del cante flamenco o
Frank Sinatra. Nos deja sus antimemorias y él hace girar sus elepés y ve una
película en el ecran de la vida.
mamutquelevita.com
(*)
Todas las opiniones de esta página pertenecen solo a su autor.
FICHA
TÉCNICA:
Bryce
Echenique, Alfredo. Permiso para retirarme. Antimemorias 3. Lima, Peisa,
2019. Pp. 218.