Elogio a los marcianos

Cementerio de barcos va en busca de los estereotipos y los hace añicos. Es una novela sobre una materia difícil y -en teoría- antiliteraria: la vida de los alumnos de la limeña Universidad de Ingeniería, en los desesperanzados años noventa. El humor negro y la polifonía de voces, son su clave. 



La primera novela con la que este Mamut ha llegado a buen puerto tras esa bienaventurada orgía textual llamada Feria Internacional del Libro (FIL Lima), es Cementerio de barcos, de Ulises Gutiérrez Llantoy. Un novelista brillante de quien ya habíamos leído con interés El año del accarhuay (2017). Paradójicamente, el autor huancavelicano se dedica a uno de los oficios más antiliterarios: la ingeniería. Siendo más exactos, la ingeniería sanitaria.

Sin embargo, Gutiérrez se encarga de echar por los suelos esos prejuicios de quienes consideran a los ingenieros seres agrestes a la literatura. Pues para un escritor de calidad, lo novelable, justamente, mora en aquello donde uno puede considerar que no hay espacio para las buenas ficciones.

Ya lo demostraron, por ejemplo, John Kennedy Toole con La conjura de los necios, cuando nos cuenta la vida del inadaptado y excéntrico “Ignatius J. Reilly”. O el protagonista de Salón de belleza de Mario Bellatín, quien, justamente, da un giro total a ese tipo de establecimientos con los desahuciados inquilinos que acoge y los peces que colecciona. La buena literatura está en los extramuros, no siempre es sobre la aburrida vida de periodistas, literatos, académicos, etc.

Construcción de un personaje
Pongamos el ojo en el protagonista: Elmer Ccasani, “el Gato”. Años más, años menos, Cementerio de barcos es la historia del paso de Ccasani (se lee “jasani”) como estudiante de Mecánica por la Universidad Nacional de Ingeniería, la UNI.

Ulises, a través de una narración coral, va construyendo al personaje de esos años. Es un trabajo de técnica literaria muy pulcro que ha demandado un gran esfuerzo. Lo ha logrado, cada personaje tiene su propia forma de hablar (los peruanos en sus diferentes regionalismos y los extranjeros, con sus propios acentos).

El Gato es un personaje atípico: un estudiante pobre de la UNI, “un lobo sin jauría”, como él mismo se define. Un niño huérfano huancavelicano que vive con su tío (un cocinero) en el AA HH “Dios proveerá”, al pie del puente del Ejército; que terminó los estudios en el colegio número 3051, de “El Ángel”, colindante también con la ciudad universitaria de la avenida Túpac Amaru.

A pesar de su condición social, económica y familiar, Elmer es una ser brillante, no solo dotado para los números –integra el tercio superior- sino que conoce tres idiomas (inglés, francés, italiano y ruso); es amante de la poesía, recita a Rimbaud en francés y escribe sus propios versos; escucha a Alfredo Zitarrosa; no juega el futbol y prefiere vivir leyendo a “perder el tiempo en mancha” (Pág. 114). Dice por ahí “El Gato siempre salía con palabras así, palabras raras que nadie usaba” (Pág. 52).

Gracias a su destreza académica, logra abrirse un futuro a través de las becas y logra un espacio en la residencia universitaria. Dentro del universo de la UNI, el Gato siempre destacará por sus singularidades y por no tener pelos en la lengua para exponer sus puntos de vista, aunque eso le cause problemas. 

Desde donde Elmer otea el mundo (el pabellón 15M), desde donde le toca enamorarse y estudiar y sobrevivir al Perú de esos años, puede auscultar las taras de la sociedad peruana de esos y estos años.

El Gato –“un pájaro huraño, con cara de búho” (Pág. 120)- es una reivindicación a la marginalidad, desde una educación pública menos que mediocre; es la reivindicación del provinciano estudioso, de pensamiento independiente (en los vilipendiados años en que todo andino era visto signado como un terrorista). Es una reivindicación a los diferentes. A los marcianos.

Romper los moldes
Tanto él como los personajes cercanos que narran los hechos tienen el humor negro y el ingenio de mil oficios, como herramientas para sobrellevar ese Perú difícil de hiperinflación, de derechos pisoteados, y hacerlo menos agrio. La poesía llegará para hacer menos plana ese ejercicio de sobrevivencia, de educación, aunque “superior” de ingenieros, básica en su mirada humana.

Igual que el lector, el personaje se sorprenderá de descubrir a otros que, como él, aman también la poesía siendo alumnos de ingenierías en la UNI, para más redundancia. Ahí conocemos a los Capicúa (Elmer se encargará en aclarar que más bien, deberían de llamarse los Palíndromos). 

Otros personajes interesantes que rompen moldes son “El Cuervo”, un amigo de “El Gato”, que vive en Piñonate, por entonces una de las zonas más bravas de Lima y adyacente a la UNI, quien además de malandro es un amante de la poesía. O María Saldívar, quien no espera las iniciativas para el amor. También destacan los “Perros del amanecer”, “la sanmarquina”, el sacerdote italiano Jácomo Mancusso (recomendamos las partes donde reconstruye sus vivencias en Occoro y su mirada externa a la danza de las tijeras), entre otros.

Parece inverosímil, pero todos los personajes y sucesos están inspirados en hechos reales. Lo ha dicho el autor y no hay por qué dudarlo. Está la presencia de los “filosenderistas” o “choclos”, y “filoemerretistas” o “cumpas” (ambos creyéndose los iluminados); la toma de las universidades por los militares en 1991, durante la dictadura de Alberto Fujimori; el rock de los ochenta y noventa.

Este Mamut, personalmente, considera que el Gato es un alter ego del autor, quien también es de la provincia huancavelicana de Tayacaja, fue pobre, vivió en el pabellón universitario, le tocó vivir el mismo periodo de tiempo en la UNI que su personaje.

El libro, también, es un contrapunto entre los recuerdos de quien fue el Gato y, por otro lado, el encuentro de dos amigos, en Londres, quienes en pleno ejercicio de memoria, hablan también de los cambios positivos del país, del “peruvian miracle”, impensable veinte años atrás.

Cementerio de barcos es un canto de sirena de una generación de profesionales de las ingenierías que también quieren expresar su opinión, desde la ficción, de cómo vivieron ese Perú difícil que les tocó vivir desde su condición de estudiantes pobres de una universidad estatal donde se cree que no existe la Literatura. Ya era tiempo que un novelista meta sus narices en la UNI y cuente el mundo desde el universo de los ciencias en el Perú. Ya era tiempo, un elogio a los marcianos.

Puntaje: 
4 de 5

Ficha: 
Gutiérrez Llantoy, Ulises. Cementerio de barcos. Lima, Planeta, 2019.
Pp. 259.

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