De Matacandelas al palacio de los Caimanes: las bisagras oxidadas de la Patria
Luis Fernando Cueto revisa, en clave
de saga familiar, más de 160 años de vida republicana en Balada para los arcángeles, una de las mejores novelas del
año.
«Los grandes cimientos de la patria están hechos de soberanas mentiras.» (Pág. 92).
Sobre el autor
Balada para los arcángeles (2019) es la novela más madura y
poética de Luis Fernando Cueto, un escritor que ha demostrado gran pericia
narrativa.
Su calidad
la avala en el Premio Copé de Oro 2011, por Ese
camino existe, ambientada en el Ayacucho de los años de conflicto armado
interno. Sin embargo, la carrera literaria de este autor chimbotano empezó en
1997, con la publicación del poemario, Labra
palabra.
La historia
La materia
de este comentario, Balada para los
arcángeles, se inicia en las luchas mismas por la independencia del Perú y
culminará, 160 años después, con una alegoría al gobierno revolucionario de las
Fuerzas Armadas, sus reformas, comandados por un personaje que en esta ficción
se llama “Chino Cholo”.
El hilo
narrativo: Evangelina del Bosque, hija del terrateniente don Juan Antonio del
Bosque, queda embarazada de Arcángel de Dios Días, un militar grancolombiano
que llega con el ejército del Libertador. Los aires de Independencia pasan como
una bola de fuego por los pueblos, entre ellos Matacandelas, y arrasan con
todo.
Ahí, en el
solaz. rumbo a la gloria, se dedican al pillaje, a dar rienda suelta a los
deseos más carnales, sin ideales, con sudores.
El fruto
de esta pasión casual se llama Juan de Dios Días, que, por esos designios de la
vida, preferirá alejarse de la casa del abuelo del Bosque, donde cuenta con
todas las comodidades y abraza la carrera militar, espoleando a su caballo
Nictálope. Repitiendo, de alguna manera, la historia del padre que no
conoció.
¿Padres de la Patria?, ¿quién dijo?
Ese país
de Balada para los arcángeles vive en
un interminable capítulo de guerras internas, fratricidas. Cueto reinventa a
los héroes ilustres del primer militarismo, les pone otros nombres; desnuda
como cachacos hambrientos de poder y gloria (y el narrador sabe de lo que habla
no solo por la historia, Cueto trabajó unos años como policía).
Esta lista
de caudillos del XIX, aparecen a lo largo de las 349 páginas del libro bajo
nombres que nos cuentan sus estereotipos: el general Redentor, el general
Bienamado, el general Iluminado «y tantos otros que no hacía más que desangrar
al país y provocar un caos total, al extremo que la población ya no sabía bien
contra quién peleaba ni por qué motivo.» (Pág. 51).
Son
lastres egoístas que no necesitan de ninguna sombra. Por ello, al capítulo de
la Guerra con Chile (1879-1883), Cueto le dedica pocas páginas, a diferencia de
otras novelas peruanas cuya mirada sobre el siglo XIX siempre está ligada a
este capítulo aciago. La única meta de ellos es generar guerras civiles,
derrocar y convertirse en los próximos inquilinos del palacio de los Caimanes,
bella metáfora del palacio de Gobierno: un espacio poder habitado por
carnívoros emidosaurios.
El mayor
Juan de Dios Días se da cuenta cuando en los jóvenes oficiales -potenciales
caimanes- parpadea el caudillismo. Y eso lo amorra. Lo contrario sucede con la
soldadesca: se sabe carne de cañón: «para ellos, las palabras “patria”,
“libertad”, “justicia”, no significaban otra cosa que una muerte segura y el
más completo olvido.» (97) «Maldita guerra, maldita patria que nos convierte a
todos en gallinazos.» (98). Por eso el comandante Juan de Dios, prefiere darse
a la baja, sabe que al ascender al grado de general continuará alimentando la
historia de caudillaje. Prefiere volver a su tierra y comprarse unas tierras
para trabajarla con sus manos.
Lo que le
interesa a Cueto es otear el conjunto de los sueños y desvaríos del país a
través del universo que plantea desde la norteña localidad de Matacandelas y la
carrera militar con los del Bosque, sus allegados y descendientes. Cueto narra
los vericuetos e infortunios interiores de los protagonistas; nos recuerda que
los males de esta singular republiqueta la forjaron caudillos idénticos a los
del XXI, aunque parezcan más truhanes y viles, solo les faltó la tecnología,
digo.
Tierra sin (buenos) hombres
Porque no
existe figura militar histórica que salga bien parada en Balada para los arcángeles. Desde el general Bienamado, figura
inspirada en Ramón Castilla. La versión de Cueto está alejada del hombre
ilustre de los libros de Historia.
El de la
ficción -esperamos sin muchas expectativas que solo sea el de la ficción- es un
caudillo militar que busca el poder mediante triquiñuelas y muere en el
desierto sureño (como quien lo inspira).
Otro
insigne miembro del Ejército Peruano que inspira la imaginación de Luis
Fernando Cueto es Andrés Avelino Cáceres. Aparece como el general Brujo Blanco.
Una saga familiar
Hay
elementos que irremediablemente llevan al lector a pensar o comparar con otra
saga familiar latinoamericana llena de militares: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, protagonizada por
la familia Buendía. Y el Macondo particular de Cueto lo conforman Matacandelas
y la hacienda Tumbatoro.
Ambas
novelas comparten un lenguaje poético exquisito. Sí, Cueto ha sido muy
cuidadoso en las palabras y en el ritmo de la novela. Los nombres per sé, son
musicales; y muchas frases tienen brillo propio. Los adjetivos abundan cuando
debe de dar y se retiran cuando se desarrollan las acciones.
Este uso
del lenguaje, permite al autor llevar de la mano al lector por este universo de
locura y guerras. Balada… contiene
una saga familiar singular, donde el apellido paterno queda relegado al segundo
plano. Casi no importa.
Clarividencia femenina
Aquí, como
sucede en tanto en la Latinoamérica de carne y hueso como en la del
realismo-mágico, las mujeres son las grandes protagonistas de la historia.
Recordemos
que, si el realismo-mágico se hizo tan popular desde la década del sesenta y
logró captar nuevos lectores en América Latina, se debe a que describía un
universo cercano a millones que habían crecido en pequeños pueblos, donde era
cotidiana la presencia de lo mágico religioso, el militarismo y el verdadero
rol de las mujeres.
Ellas
-Evangelina, Sol Celeste, Auristela- tienen el arma de la cordura y el don de
la clarividencia. Surge como sueños repetitivos que atormentan a esas mujeres
de la casta del Bosque. Empero, se trata de una clarividencia obscura: Ellas
ven las pesadillas que se desatarán en sus alrededores y tendrán siempre a
personajes varones de su propia familia como protagonistas de estas apocalipsis
que impregnan al país de bermejo. «La
felicidad es huidiza, a las justas se deja tocar con la yema de los dedos, y
enseguida desaparece.»
Asumen con
pesadez el sino del destino que les tocó. Como resume Evangelina: «-Eso quiere
decir que estoy jodida… Si Dios me ha vuelto clarividente para los demás, y
ciega para los míos, quiere decir que me va a hacer sufrir más que a nadie…» (58).
Ellas, las
propietarias de la razón, la justicia y la clarividencia, son quienes tejen la
trama. Son ellas las que construyen la hacienda Tumbatoro. Luis Fernando Cueto
utiliza los saltos en el tiempo para contar Balada...;
otorga a los hombres un rol auxiliar en esta saga, y ellos no lo saben. Tal
vez, de ellos, solo importe conocer ciertos rasgos.
¿Ejemplos?
El soñador Samuel Kuertborn, «un tipo que andaba por las nubes»; que llega
desde los confines del mundo en busca del tesoro escondido de los judíos,
supuestamente enterrado en Matacandelas. El forastero tomará como mujer a
María, hija de Patrocinio Urpiñahui. Ambos se dedicarán a la búsqueda del
famoso tesoro, caminando por los médanos en una carreta. María dará a luz a
Jesús Cuervo, un mozuelo con “cara de gato”. Madre e hijo vivirán de la carroña
de la guerra, siguiendo al ejército a una distancia y hurgando entre los
muertos de las guerras, para luego vender «los desperdicios que recogen en los
campos de batalla». (89).
Como
Silvestre Gavilán y Aguedita Chunga. O “la Gran Terezinha, la mujer goma”,
quien llega en el circo trashumante. Una mujer libre que será madre de Sol
Celeste Días. O la profesora Azucena, madre de Auristela Días.
Frente a
ellas, existe conjunto de personajes que podemos llamarlos los advenedizos al
poder, como el caso de Willy Scott, coetáneo de Juan de Dios Días. O Miguel, el
ahijado de Evangelina.
Una
curiosidad de Balada para arcángeles
es que la belleza siempre está asociada a la tez clara y los ojos azules de los
personajes. El resto son indios. Algo también, muy del XX, muy latinoamericano.
PUNTAJE:
4 de 5
FICHA
TÉCNICA:
Cueto,
Luis Fernando. Balada para los
arcángeles. Lima, Peisa, 2019. Pp. 349.