Un paseo enchalinado por el infierno con Mr. Ortiz
(*) Advertencia (un “yaraví”):
Este Mamut Que Levita no ve los programas que conduce
en la tele. Invierte mejor su tiempo (¡gracias, Netflix!), además es un
afortunado ciudadano peruviano (triste realidad) que posee una biblioteca
personal. Tampoco está de acuerdo con muchas de sus opiniones. Menos le
interesa su vida privada o la de sus perritos.
Ojo, para este mamífero proboscídeo los supuestos
abusos cometidos a menores de edad en situación de abandono por Beto Ortiz son
lo más detestable que un ser humano en situación de poder puede comer. En su
caso, como se especula, el de un periodista de programa dominical de TV que, a
cambio de un cuarto de “pollo a la brasa”, logró esos favores. La
sociedad, ahora con su virtualidad extrema, se encargará, hasta el fin de los
tiempos, de hacérselo recordar. No es la tarea de este portal.
Habiendo aclarado este punto, este mamut pasará
revista a De dudosa procedencia, la más reciente selección de textos del
periodista y (documentalista en debut) Beto Ortiz.
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Primera reflexión: Debe de tener algo de calidad este
periodista bautizado como Beto Ortiz. De lo contrario, ya le hubieran enviado a
la papelera reciclaje hace varios lustros y no tendrían espacios en la prensa
escrita, valga la redundancia:
Se han sucedido cuatro directores por el diario que
distribuye sus textos, y Ortiz continúa menoscabo. Incluso es el único
columnista (columnista-cronista, mejor) que hace el traslape: sus textos crecen
hasta dos páginas cuando la materia de lo narrado lo amerita. El resultado son
sabrosas crónicas.
***
Sin Umbrales en el horizonte y apenas con un Víctor
–que brilla desde los extramuros y se apellida Hurtado Oviedo– y un César –con
apellido de revista– y un Luis –Jochamowitz–, estoy seguro que Beto Ortiz
(Lima, 1968) será uno de los pocos columnistas limeños que sobrevivirán en
nuestra prensa, tan mojigata, tan ágrafa.
Aquí, en estas tristes tierras del indómito inca, lo
que sobra son los grandes opinólogos que escriben con las patas traseras. Cero
estilo, estiletes de cuchillas oxidadas. Para esta llanura, para esta media
escribal nacional, lanzar sandeces en un post en su “feis” es igual lo mismo
que escribir una columna de opinión.
Beto (todos lo tutean y me lo permito, también) tiene
la ventaja del buen humorista; es decir, empieza burlándose de sí mismo y el
título de su libro así parece confirmarlo: De dudosa procedencia.
Ortiz se convierte en el principal sujeto-objeto de su
escritura. Practica el frontón narrativo, haciendo del “yoísmo” un ejercicio
divertido. Se encarga de echar más leña al fuego sobre su atezada fama, con un
epígrafe de Oscar Wilde: “He oído tantas cosas horribles sobre ti que estoy
seguro que has de ser una persona maravillosa.”
Cada uno o dos textos, y aquí “el valor agregado”,
Ortiz las intercala con una página personal, donde abona y encara los mitos
sobre su homosexualidad. Ortiz parece odiar a medio mundo, desde los que hemos
hipotecados las arrugas de la trompa en las aefepés hasta los que, en su
momento, le pusieron de sobrenombre en la prensa chicha, por ejemplo,
“Chavón”.
Utiliza el humor negro y maneja con sapiencia de drag
queen la adjetivación, la cita canciones. En su forma de contar las
vivencias y las taras de la cotidianeidad nacional, saltan las referencias que
son mínimo común múltiplo para los peruanos entre los 30 y 50 años de
edad.
Aunque con calle, su narrativa es límpida. Es barroco
cuando la historia lo necesita; es un recurso que no lo usa en extremo.
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Escritura cachacienta en extremeño y sincera redactada
bajo triple casaca.
Pero, ¿cuál es su triunfo narrativo? Ha logrado lo que
pocos columnistas hacen hoy, siglo de las redes sociales, de juegos en línea y
de la estupidez colectiva: que muchos jóvenes compren los diarios solo para
leerlo, que -literalmente- se caguen de risa, vuelvan los ojos a la lectura del
diario, a esos textos de no ficción cuando el género narrativo está en
permanente desbandada de los periódicos.
De dudosa…
reúne 41 crónicas y textos personalísimos y un buen texto introductorio de
Javier Ponce Gambirazio que abre con escalpelo las distintas capas de escritura
del autor para mostrar el magma salvaje, de infiernos decorados “con lucecitas
de Navidad”.
Ya lo sabe, Beto Ortiz está de vuelta (en formato libro).
Sí, el mórbido Hellboy de la tele es un antipático, pero domina el difícil arte
de escribir bien. Y eso, de por sí, se le agradece. Hasta los animales
mediáticos también pueden tener un lado positivo.
PUNTAJE:
3 de 5
FICHA:
Beto Ortiz. De dudosa procedencia (Lima,
Planeta, 2019). Pp. 258.