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Se llama Jorge

Con la historia de “Jorge”, el periodista Ricardo León elabora un retrato de la vida de los “combatientes” senderistas, que operan entre el monte y las alturas del Vraem. Tan lejos y tan cerca del Perú oficial. 



1.
Nos dijeron que la guerra contra Sendero Luminoso había terminado el 12 de setiembre de 1992, cuando atraparon a ese hombre cuyo nombre era sinónimo de ríos de sangre, destrucción masiva.

Nos dijeron, pero no era verdad.

Abimael Guzmán Reinoso se autodefinía como el ideólogo de una guerra de guerrillas que buscaba tomar el poder por las armas y, en el camino, dejó una estela escarlata de 69,280 muertes, de acuerdo a los cálculos realizados por la Comisión de Verdad y Reconciliación Nacional (CVR), que toma en consideración todos aquellos cuerpos anónimos, sin documento de identidad; cadáveres regados aún hoy en los montes y cerros sin dioses.

Y ahí, vestido como los presos de las películas, tras unos barrotes, un barbudo y avejentado líder terrorista parecía un canario parlanchín y fantoche que arengaba con un discurso ya entonces agonizante.

El presidente de aquel entonces, quien hoy también cumple condena, junto a sus geishas, sus congresistas y sus medios de comunicación comprados, anunciaba rimbombante que la guerra había terminado. Su popularidad subía como espuma.

Pero no era verdad.

Nada en él era verdad.

Él lo sabía y su entorno de oficiales, de agentes de inteligencia, lo sabían a cabalidad: la guerra contra la subversión no había terminado entonces ni en el año 2000, año cuando tentó la rereelección presidencial; también calendario de corte imaginario para los trabajos de investigación a posteriori de la CVR.

Sólo se había dejado al monstruo lamer sus heridas y rearmarse lejos de los ojos de las mayorías.

La guerra, con otra velocidad, con otros líderes e intereses, continuó y continúa en lugares que hoy se conocen como el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro.

Vraem, una sigla que en realidad habla de la presencia senderista en cuatro regiones: Ayacucho, Cusco, Huancavelica y Junín, donde la lucha continúa.

La facción de Sendero que sobrevive está a cargo de los hermanos Quispe Palomino. Cada cierto tiempo hacen noticia: matan algún soldado, algún policía o secuestran trabajadores, digamos, en Camisea, Cusco.

Como han marcado sus distancias con Guzmán Reinoso, ellos han refundado su lucha, ya sin ideología, con un discurso fotocopiado, de paporretar, de su antecesor. Lo que no ha variado es su violencia. Hoy se hacen llamar Militarizado Partido Comunista del Perú (MPCP).

2. 
Los Quispe Palomino prefieren que no se hable de ellos, mientras en los territorios donde están presentes tejen sus alianzas con el narcotráfico y sirven, sobre todo, para el paso de la droga, de la selva a la costa, aprovechándose de la falta de oportunidades que viven cientos, tal vez miles de jóvenes.

Sí, el senderismo del XXI bracea solo porque es guachimán de los narcos.

El periodista Ricardo León presenta en Alias Jorge, un acercamiento a ese universo casi desconocido de vida a salto de mata. De matanzas. De secuestros de poblaciones y autoridades. De jefes verdugos.

León retrata a “Jorge”, Víctor Raúl Quispe Zaga, hijo del temible “José”, Víctor Quispe Palomino (a lo largo de los años otros alias, “Carlos”, “Martín”). “José” y su hermano “Raúl” operan desde fines de los noventa en la zona del Vraem. 

A gritos, la vida de “Jorge” solicitaba alguien que la narre. Se trata de un hombre del cual solo se calcula su edad y se le tuvo que inventar una fecha de nacimiento (28 de julio de 1984) para el DNI, porque no tiene partida de nacimiento.

Una daga es el sino de su vida: no sabe si “José”, su propio padre, mandó a matar a su madre, como le dijeron algunas voces. Tampoco hoy conoce el destino de los dos hijos que tuvo, allá en el monte, con Basilia, su compañera (quien luego será obligada por “Raúl” a ser su mujer, para sobrevivir, deshonrada, como viven las mujeres senderistas de la tropa, cautivas, esclavizadas).

“Jorge” tenía alrededor de cinco años y vivía casi como un animal silvestre en la casa de su tío abuelo, en un asentamiento humano de la ciudad de Ica, cuando una mujer desconocida abrió la puerta de esa covacha y le preguntó si quería conocer a su padre. Él aceptó, y se lo llevaron en una avioneta a la selva, llegó a Puerto Ocopa, en la selva de Junín. No lo sabía, ahí empezaría su historia no como hijo, sino senderista; una vida miserable de desplazamiento constante en el monte, de vivir en campamentos armados a la intemperie, sobreviviendo comiendo lo que sea; aprendiendo a asesinar a policías, soldados, inclusive a sus propios compañeros para mantener ese orden del cual, un buen día, el 28 de diciembre del 2007, decidió en las alturas de Castrovirreyna (Huancavelica), dejar esta vida atrás.

Desertar.

Tratar de que su vida se vuelva como la del resto de los peruanos.

3.
León retrata la vida miserable del senderista del XXI, uno que vive entre el monte y las zonas altoandinas del Vraem. La ideología aquí es solo un mensaje de paporreta que los niños aprenden en los campamentos senderistas, obligados, sin otra opción ni derechos en la vida. Luego, indefectiblemente, serán carne de cañón; salvo que sean muy débiles y mueran de una bala en la nuca por sus propios compañeros.

Aquí no hay nada de romántico. Es una vida miserable la de los “combatientes” y bajo una mirada vertical, sin derechos siquiera a atención de salud o el derecho a ser enterrados. Los que gozan de las comodidades y el libertinaje son los jefes, como “José” o “Raúl” Quispe Palomino: pueden acostarse con todas las mujeres de su entorno y tener hijos con quien sea. En ese lenguaje tan antojadizo del supuesto marxismo-leninismo cavernario, todo es disposición de ese imaginario partido.

Ricardo León avanza en su narración cuidando de brindar información al lector sobre el contexto; corroborando los datos de “Jorge”, con información sobre asesinatos en las zonas por donde se desplazó, desde 1989 hasta 2007, cuando decide desertar.

Presenta también los errores de las decisiones políticas de los distintos gobiernos frente al narcoterrorismo del Vraem; los traspiés y aciertos de militares y policías; sus/nuestros héroes caídos y que casi –ingratamente- nadie recuerda; sus helicópteros emboscados, y el armamento atrapado. Una guerra que se da cada día, tan cerca y tan lejos del Perú oficial.

Y la vida de “Jorge” es el retrato de centenares de niños y adolescentes que nacieron en cautiverio o fueron secuestrados de poblaciones de colonos o asháninkas.

La vida posterior, la del desertor, es también una vida ensombrecida, a salto de mata, hasta que en el 2010 inicia sus colaboraciones con sus antiguos enemigos, los policías, para atrapar a sus antiguos compañeros. Quizá también buscando aquella paz que su padre le negó al obligarlo a vivir como un combatiente miserable. 

Me parece muy útil que, cada cierto número de páginas, León realice un resumen, para que el lector no se pierda en ese mundo de alias que van mutando, de contextos en la madreselva. Aquí, el dato duro brilla.

Quizá “Jorge” logre la paz el día que se entere de la muerte de su padre.

O quizá, cuando él mismo lo ejecute.

FICHA:
Ricardo León. Alias Jorge. La vida ajena y prohibida de un terrorista desertor. Lima, Planeta, 2019. Pp. 2019.

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