Resina, muy lado B

Muy lado B


Una mirada a Resina, el nuevo libro de relatos de Richard Parra.



Resina fue escrito con la verga. Diez relatos tipeados con el pene enhiesto y entintado, ora inclemente, ora poético, ora pastrulo. A vergazos. Escrito mientras se manoseaba los senos a lo Bukowski y una botella de tequila, tomando una lápida como escritorio donde garabatear las historias. 

Muy lado B. Muy beatnik. Muy realismo sucio. Muy dark. A veces, también, muy Tarantino del culo del mundo. Sí, Resina, sobre todo, exuda los aires del sur del río Grande. Sudaca. 

Y la marginalidad pasa por la garganta del lector como la vieja guillete oxidada con la que el drogo amenaza tu cómodo lugar de espectador, pidiéndote un sencillo, ¡atención! 

Muy literatura de sobreviviente. Richard Parra es un redivivo de las cloacas de la humanidad que, con la ropa echa tirones, todavía escurriéndose de las miasmas y en pleno delirium tremes, se ha sentado a tipear otro libro de relatos hiperrealistas. 

Cada autor tiene una obsesión con determinadas búsquedas estéticas. Las huellas de personajes y contextos de los relatos Contemplación del abismo (del cual ya opinamos el año pasado), o las nouvelles Necrofucker y La pasión de Enrique Lynch, tienen una continuidad natural en Resina. Y cada vez, el ADN narrativo de Parra se torna más salvaje, descarnado.   

Aquí también, la oscura belleza de lo narrado reside en lo grotesco, en la fealdad (para muestra la descripción del hijo de Lucero, relato “Camposanto”, Pág. 142), en lo violento, en hacer de todos estos aspectos lo perenne.

Lo sexual


Los efluvios del sexo convierten las páginas de Resina en sábanas de telo con paredes de triplay y baño común. 

El sexo es un vehículo de placer sin aquello que edulcoradamente llamamos amor. El chicloso verbo “amar” poco importa en el encuentro de dos o más cuerpos del universo parrariano. 

Ergo, en Resina no existe el erotismo. Los personajes no tienen tiempo para caricias, casi como si fuera una mariconada ser detallista a la hora del pecado. 

Aquí, el sexo es cópula pura, sin saliva. Una autopista salvaje; un bajarse la bragueta y empezar a fornicar en telos de cuarta categoría, en burdeles de los extremos del mundo con prostis que aceptan esa realidad. 

También en Resina el sexo es autodestructivo. Un negocio, claro. Una carnada, también. Una nada, por supuesto. Y también el sexo es violación. Violaciones silenciadas, impunes, porque siempre está relacionada con quienes ejercen el poder. Y pocos/cas se atreven a comer el platillo frío de la venganza.

Es la versión de Parra del famoso falo como metáfora de poder, de lo que siempre hablaban los especialistas de Literatura en los años setenta y ochenta. 

Hay algo de andrógino también en algunos personajes. Por ejemplo, “La Chola”, de la historia “Chevy del 64”, tiene nombre femenino pero es un boxeador surgido de los bajos fondos de La Victoria. El chico vive con un pie en lo lumpen y el deporte de los puños parece que lo ayudará a salir, que será un deportista genial, pero su círculo de “amigos”, se encargará de hacerle recordar que eso de dejar las drogas, los robos, no es progreso, sino una traición.

Porque en las historias de Parra no tiene sentido alguno salir a flote, salvarse, respirar fuera del agua: el individuo no tiene ninguna forma de negociar con el puto destino. Inclusive para el narrador-personaje, “Michel”, el silencio es mejor amigo que la verdad; mejor callarse que morir con un verduguillo destrozando tus tripas. 

La sexualidad de Resina, es abierta, cosmopolita, sin fobias, tal vez curioso. O, mejor dicho, realista. Se nombra por ejemplo “la chito” (lesbiana que ejerce el rol masculino) “Trinidad Guadalupe”. En “En el río culebra (la pichicata es la solución)”, un burdel con todos los lujos en medio de un lugar miserable que vive del narcotráfico, se da el lujo de traer para su inauguración con “mujeres y travestis operados”, que llegan de Iquitos y Brasil. 

La narrador-protagonista, “Maz Nah”, tiene un amor con su hermano. En “Calandria”, el último relato, hay un juego de roles, donde “Asdrúbal”, “Andrónico” y “perro”, en algún momento son la “Calandria”, la representan, pero, a la vez, son distintos.

Los contextos, el lenguaje  


Parra (Lima, 1976) tiene una memoria del Perú de los ochenta en adelante. Este país ochentero, noventero, del dos mil, está presente tanto en los contextos de las historias, como en los personajes y el lenguaje. 

Sí, un gran acierto del narrador es el lenguaje de sus personajes. Muy coherente con su búsqueda estética. A la vez, demuestra un oficio del autor, un oído entrenado con este tipo de realidades. Porque cuando un autor no lo ha vivido, escribe con muchas dificultades sobre espacios históricos y clases sociales de las que solo tiene la mirada de un turista japonés. Lo peor que puede pasar a un libro de relatos, a un poemario, a una novela, es tomar los espacios como decorativos para contar historia que se creen comunes a todos los seres humanos. El dolor es humano, pero cambia, se hace más agudo en cada realidad.  

Uno. “Chevy del 64”, está ambientado en el primer gobierno de Alan García; se habla del “lumpenproletariado”, de un “alcaide, un aprista de porquería” (Pág. 24). A las abofeteadas se las llama “quechis”.    

Dos. El título del libro y del cuento que da título al conjunto, Resina, toman una palabra cuyo uso común es sinónimo de aceitoso. En el peruanismo de clase media limeña, también equivalió a malaleche (en “Royal Burguer”). Este mamut no puede constatar si las nuevas generaciones utilizan el término, por eso hablo en pasado. 

Lo que sí se mantiene hasta hoy es llamar “resina” al que no se baña, al maloliente. La variante actual que usan los jóvenes es “resineitor”, neologismo que es la suma de las palabras “resina” y “terminator” (de la saga protagonizada por Arnold Schwarzenneger).   

Volvamos. “En el río culebra (la pichicata es la solución)” se inicia cuando los colonos andinos llegan a la selva tras el terremoto en el callejón de Huaylas (1970). Fundan “El Ensueño”, una paradoja al devenir pesadillezco de su miserable historia. 

Deben de enfrentarse a los “indios” del apu Amaru (quienes obviamente quieren fuera a los foráneos), y, a la vez, llega el narcotráfico. La coca, la pichicata, agudizará y volverá más violento todo. La coca es un equivalente moderno becerro de oro bíblico. Se traza un arco histórico hasta el XXI, con la llegada de los “terrucos” del camarada Alipio (Sendero Luminoso). 

Es una historia que puede ser la de cualquier poblado de la selva de los últimos cuarenta años: esperanza-droga-muerte-¿redención? 

Si bien son necesidades de la historia, si ponemos al conjunto de la obra en el diván, podríamos decir que Parra necesita volver a los espacios marginales, donde él y sus personajes son más felices (digamos). 

Por eso, tal vez, en “Royal Burguer”, si bien hace una buena descripción del Miraflores, donde vive la psicoanalista Anabel Spitzer, es un espacio que el narrador-personaje deja rápidamente. 

“Royal…” se desarrolla en un momento más reciente, tras el descubrimiento de los sobornos de la brasilera Odebrecht, y el encierro del expresidente Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia. 

Otro periodista, “Charly”, narra “Carecuchillo”, que empieza con un viaje hasta el penal de Pomacancha, en Junín, para ver al “Ruso”, un convicto amigo de su niñez. Parra hace una muy buena descripción de las noches huancaínas; Parra no lo escruta con los ojos del narrador limeño convencional, muestra esos espacios donde son felices las guitarras distorcionadas en el rock y la chicha y también el huaino, ¿por qué no? 

En esa línea, “Camposanto”, es un gran relato. Se narra desde una mirada femenina y de cómo es la vida de los hijos de los migrantes, su descubrimiento de la sexualidad, su mirada sobre la religión (la mamá ya no era católica, pero tenía una deuda con el Divino Niño). El relato también permite también hablar, con una distancia, del conflicto armado interno, que dejó muchos capítulos vacíos personales y de sociedad.  

Religión, literatura, periodistas


Otro rol es el de la religión: la cruz católica tiene una presencia permanente en los relatos, sobre todo, en aquellos que suceden fuera de Lima. 

Parra es el reflejo de la compleja relación con la iglesia que tienen los peruanos. En “En el río culebra” están los esfuerzos del “padre Valera” mientras que el predicador Urraca del relato “Calandria” es tan gris como sus propósitos, ¿busca ser una luz para los fumones? ¿o se aprovecha de ellos para crear su propio reino alternativo? 

El espacio onírico de “La sublevación” lo sentimos un tributo literario al “Ángel de Ocongate”, de Edgardo Rivera Martínez. Es una pieza de las mejores de Parra, ambientada durante el virreinato, las bajezas para dar obtener réditos del poder y los diálogos del arcángel San Miguel, son una delicia. “Soy un canto quieto, pero canto al fin: una membrana jadeante”.

Resina incluye personajes periodistas (herencia del realismo sucio donde siempre hay periodistas, escritores-periodistas, escritores). “Royal Burger” sigue el arquetipo del periodista bohemio, de aquel que quiere ser escritor y no llega a nada porque recuerda que es peruano, vive en el Perú y aquí a nadie le importa un carajo el libro. Para algo existe Netflix. 

Ese cuento le sirve al narrador para dar sus opiniones sobre los representantes de la literatura latinoamericana actual: Fuguet (“¿el torombolo ese?”), Roncagiolo (“Roncayulo”).

“Fiorella”, la coprotagonista, en el fondo quiere que triunfe “Tigre”, y quizá tiene más olfato literario que él. “Lo dice el mercado huevas. La época de Bukowski, Carver, del realismo sucio, de los compactos de Anagrama. Ahora estamos en otra.” (Pág. 49)

En “Resina”, relato ambientado en el Perú más reciente, “Santiago” es el poeta bohemio cuya muerte lamenta el país letrado, pero el narrador-personaje, “Willy”, se encargará de demostrar, desde su lugar acomodado espacio en la sociedad limeña, que el poeta era un resentido y vividor. Una resina. Y las resinas no merecen las mejores hembras de la ciudad. 

Los cuentos finales, “Ray, este es el paraíso” y “Calandria”, son los más extensos. “Ray…” es el único que sucede fuera del país, en otro espacio que el autor conoce muy bien, Nueva York. En un psiquiátrico de la ciudad de los rascacielos. Hay voces superpuestas en estas elucubraciones de los enfermos psiquiátricos, pero… tiene un pero, algo falta. “Calandria” es también muy ambiciosa y faltó una vuelta de tuerca, el lector puede perderse un poco en quién es Calandria, por ejemplo. Más allá de ese detalle, en la historia. 

Repito, este libro fue escrito con la verga y derrama buenas historias. 

Si está listo para sumergirse en el inframundo del Perú, sea bienvenido. Parra será su guía y no dudará en ahogarlo en alguna ciénaga, mientras se pone los audífonos a todo volumen y se pierde entre las sombras de la medianoche que es el mundo donde vivimos.  

FICHA TÉCNICA
Parra, Richard. Resina. Lima, Seix Barral, 2019. Pp. 183.

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